La China se busca, revuelve,
y encuentra en un mapa un país,
que se llama como ella. La China exclama:
"quiero ir a la China".
La China averigua, y se compra
un manual de chino fácil, color rojo,
aprende tres palabras, cuatro, se siente lista
y arma un viaje.
La China se cansa de lo occidental,
de Freud, los fonemas, la guitarra,
la comida chatarra.
Y dice que quiere probar,
con Lao, los ideogramas, el Konghou,
y la comida chatarra.
La China arma la valija al horizonte,
la va a llevar por el cielo,
por arriba de las nubes,
con todas sus ideas y toda su chinicidad.
La China va a bajar en la China,
y sus ojos se van a rasgar aún más,
su piel se va a poner amarilla
y un sombrero chino se le va a aparecer en la cabeza,
y no la va a abandonar en todo el viaje.
La China, va a hablar con su sombrero,
van a hacer disquisiciones de la cultura oriental,
van a dibujar cuadros comparativos sobre el consumo,
y a escribir un cuento de un amor transracial.
La China va estar rodeada de chinos (sin mayúscula porque no son La China),
que caminan, vienen, van, comen,
bajan, suben, estrujen, baj (No. Eso era otro país, ah sí... Germány)
Lo importante del suceso,
quizás lo más invisible es que
de a poco,
muy lentamente,
como una hoja marrón que vibra hacia el pasto;
la China va
a dejar de mirar
la orientalidad
para buscar la horizontalidad,
y todo eso,
a pesar de la verticalidad.
Porque al fin y al cabo,
la China va hacia sí misma.