A veces tengo la piel dura,
como una serpiente
que no dobla;
impermeable, intransferible,
ni siquiera de colores,
blanca y negra
como un fotograma mudo,
que no sabe, que no puede.
A veces tengo la piel tensa,
como un equilibrista
congelado en el centro
de la cuerda,
sus pelos descascarándose,
de a uno,
imperceptibles, impermeables.
A veces soy un roca con ojos,
que observa, que oye,
y lo peor: que piensa y dice,
que se sedimenta de a poco,
mientras parece
que no,
que es lenta, que es impermeable,
y que los golpes le son imperceptibles.
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