Desde los pies recorre lo invisible el cuerpo desarmado;
desde los dedos.
Como si tuviese forma de viento, como si tuviese cuerpo de agua;
lo invisible.
Desde la punta, desde la planta, desde el centro del cuerpo:
el eje.
Algo que lo saca a flotar.
Ella caminando. Dejando huellas. Sobre la tierra las escamas. Sobre la playa su piel.
Ella buscando. Como una ciega que intuye, que tacta, que no parece no poder.
Y con violencia se mueve por los surcos del cuerpo.
Toma las venas como autopistas e interrumpe agresiva
la fantasía.
Y en vez de pasear,
sacude. Y en vez de andar,
golpea. Y dice que todo lo que tiene nombre
fue culpa nuestra.
Él, como un bobo. Con ojos de tonto, con rasgos de silencio, con sueños negros. No camina. Planta. No anda. Planta. No funciona. Planta. Y también dice que ata. Él, como un idiota que no parece no poder.
La minúscula percepción del cosquilleo, la imperceptiva célula
que anida la boca, la bacteria de la tierra
al corazón, lo violento de la marea, el hundimiento del pozo, la oscuridad
nervada del silencio, la fuerza de todo lo que puede moverse,
respirar, crecer, estar, to be, nacer, andar, beber, comer, ser.
Ellos.
Para que nazca una flor,
antes tuvo que haber un torrente que sacuda la tierra.
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